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lunes, 21 de abril de 2014

Un castigo excesivamente merecido

Un ermitaño por excelencia es ante todo un defensor de la justicia y el derecho, un ser que por sobre todas las cosas, no puede dejar sin excesivo castigo a todo aquel que se atreva a quebrantar la paz del lugar en el cual habita, y en la selva oficinista, no deja de haber siempre alguien que no sea merecedor de que se le de tormento.
Una neblina espesa, reposaba sobre la selva aquella mañana, al entrar se percibía un ambiente hostil, los pasos se escuchaban sobre la arena, era demasiado silencioso para ser un día normal en la oficina, pude ver a un grupo de criaturas que balbuceaban entre sí con expresiones soeces, algunos escarbando en el suelo como toros enfurecidos, otros tirando de su pelaje mientras les escurría la baba por las mejillas, sumamente rabiosos.
Al ver aquello, con gran prontitud, saque mi cámara y empecé a filmar, y desde allí, observaba como Brainless Morrotostado, se aproximaba a ellos imprudentemente, por un momento pensé que se abalanzarían sobre el como una parvada de buitres sobre la carroña, más cuando pasaron dos minutos y el seguía en pie, me di cuenta que estas criaturas estaba enfurecidas por algo en específico y no era una simple ira irracional que los llevaría a destrozar al primer desgraciado que se les cruzara en frente.
Me aproxime hasta el lugar de reunión de aquellas criaturas y me di cuenta que estaban observando varias botellas de refresco medio vacías, y digo medio vacías porque si estuvieran medio llenas no estarían tan furiosos, pero su percepción de las cosas los llevaba a centrarse en la parte faltante de sus envases, todos ellos rodeaban un pequeño refrigerador comunal, en el que cualquiera, podía guardar algunos víveres que deseara comer más tarde, sin embargo, un crimen se había cometido, y aquellas criaturas no estarían contentas hasta ver que se hiciera justicia.
Vi que uno de ellos, del genero de los “Buchincherae Sindicalistum Vulgaris”, tomo la palabra en aquella reunión.
-“Colegas, es evidente, que hay una rata entre nosotros, y no porque sea un soplón o un sapo, sino porque es un infeliz que se come las cosas que guardamos en el refrigerador, y esto debe acabarse ya”.-
Con eso todas las criaturas empezaron a vociferar maldiciones sobre el ladrón de comida, su pobre madre, su difunta abuelita, y demás familiares, la conmoción causada fue tan grande que pronto el “Jefus Maleducatensis Bocherus”, llego hasta el lugar para dispersar a la multitud tumultuosa, antes de que aquello llegara a oídos del “Pedantosaurus Empresarialis Furicundus”, pues temía que lo volviera a utilizar como trapeador en la yarda de grava.
Poco a poco aquellas criaturas se fueron retirando del lugar no sin antes ver hacia atrás con esos ojos negros y vacíos llenos de odio contra aquel que se había comido las semitas que pensaban cenar la noche anterior, no es que les doliera el hambre que habían pasado, sino más bien el hecho de que aquel degenerado había mordido cada uno de los panes en cuestión y había dejado babeado el resto, no es que les enfureciera que se hubiera bebido el refresco que alguien había guardado para más tarde, era que les encendía el odio el ver las pequeñas burbujas de saliva que brotaban de la botella ultrajada.
Al ver semejantes atrocidades no tuve otra opción que planear y ejecutar un castigo tal, que aquel profano ladrón, quedaría curado para el resto de su vida, ahora el único problema era que para impartir tal justa sanción, había que estar seguro de estar castigando al indicado, por lo cual le di a mi compañero Brainless Morrotostado, la tarea de depositar en una botella de refresco, todas las sobras que habían quedado en los envases usados luego del almuerzo, al tener aproximadamente la mitad de la botella, llena, me di cuenta que no hay justicia sin sacrificio por parte del verdugo, algunos han sacrificado su cordura, principalmente aquellos que se dedicaban a cortar las cabezas de los condenados en el siglo pasado, en mi caso debí sacrificar la mitad del refresco que estaba tomándome, sin embargo, al pensar en lo satisfactorio que es el hacer justicia, me di cuenta que yo no miraba mi botella medio vacía, sino medio llena.
Vacié la mitad de mi refresco en aquel asqueroso brebaje que mi aprendiz había preparado, y al verlo a trasluz se observaba idéntico a un refresco normal, uno de los “Trabajadorus Compulsivus Incansabilis”, permaneció junto con nosotros observando cada detalle, seguramente habría oído de mis métodos poco ortodoxos, pero aquel día, podría presenciar y en primera fila, como se hace justicia al mas puro estilo ermitaño.
Una vez que el bote, lleno de aquella porquería, estaba irreconocible, solo faltaba el toque final, y ordene al joven practicante, que escribiera un pequeño rotulo, el cual nuestro criminal encontraría irresistible, “NO TOCAR”, lo pegamos con algo de cinta adhesiva, lo pusimos a refrigerar, con la chapa colocada como si fuera de la embotelladora misma, luego nos sentamos a esperar, vi a Brainless, y le dije: “Así se siente pescar, ahora contrólate y no te vayas a empezar a reir antes de tiempo o te doy de beber eso con un embudo”.
El chico asintió con la cabeza mientras el otro sujeto que estaba allí cerca sonreía, estaba emocionado, había decidido quedarse a ver el show, y estaban presentando “El credo del ermitaño”, luego de unos veinte minutos mientras nos hacíamos los “mables”, apareció un sujeto atolondrado, sacudiéndose el sudor impunemente sobre nosotros, lo veíamos con desagrado, tomo un pan que había sobre la mesa diciendo: “Ve, se me había olvidado que traje este pan”, le dio un par de mordiscos y lo puso sobre la mesa nuevamente, nosotros continuamos observándolo silenciosamente conteniendo la risa, el anzuelo estaba tirado, y era solo cuestión de tiempo para que lo mordiera, veía a Brainless con su sonrisa de idiota disimulada, cruzando los dedos para que aquel se dirigiera al refrigerador.
No se hizo esperar más y con presteza, abrió la puerta, vio el refresco con el tentador rotulo, lo tomo y entonces le interrumpí diciendo:
- “Hey compa, ¿Por qué agarra ese fresco, es suyo acaso?”.
- “Ve, y vos que sabes, si lo estoy agarrando es porque es mío, yo le puse este rotulo porque ya sé cómo son ustedes de hartones, que todo lo que ven mal parqueado se lo tragan”
Los ojos de Morrotostado brillaron en el preciso momento en que aquel sujeto aun hablando, destapo la botella y se la llevo a la boca, dio un sorbo, y vimos cómo sus cuencas oculares se llenaron de lágrimas como si fueran un mar al estilo Lady Oscar, su rostro entonces entro en un estado de sopor, mientras sus mejillas no sabían cómo reaccionar, imagino que vio toda su vida en un instante mientras pensaba, que si devolvía aquel trago, habría dado a conocer que era él, el gorrón de la planta, y daría pie a que nos burláramos descaradamente de él, pero su orgullo era tan grande como su estómago, y vimos con asco, como se pasaba aquel trago más amargo que la bilis de un bacalao, luego acercándose al basurero, tiro la botella mientras decía: “Pucha me vendieron malo ese fresco”.
Fue entonces cuando vi a Morrotostado hacer la cosa más brillante que podría hacer un cerebro recien estrenado como él, y levantándose de su silla se acerco nuestro criminal, mientras le daba unas palmaditas en el hombro y le decía:
-“Si compita, a veces venden unos frescos que vienen bien feos”
No sé si fue aquel sarcasmo virgen lo que me hizo salir de mis cabales y tirarme al suelo riendo como una hiena bajo el efecto de narcóticos, o si fue la mirada de desprecio lanzada por el gorrón castigado, al joven purgador, pero ya la situación era incontrolable, veía cerca de mí al “Trabajadorus Compulsivus” disfrutando tanto como nosotros del castigar a un pecador.
La felicidad me embargaba, se había hecho justicia al estilo ermitaño, y aquello era lo mejor que me había pasado, además veía como poco a poco, la inteligencia de aquel practicante iba despertando, al fin el mundo era un lugar mejor.
En la caseta de descanso se escuchan historias, sobre cierto sujeto al que le llaman “Abusivus Tragapuercadum” historias sobre como falto al trabajo una semana entera luego de aquello, y de cómo la justicia en este caso no fue ciega, pues ciertamente estuvo allí para ver como purgaba sus culpas y junto con ellas su estómago luego de ingerir aquel castigo excesivamente merecido.
Todavia hoy circulan cuentos del mas alla, de los alaridos que se escuchaban cerca de los sanitarios, de como en las noches de luna llena todavia se oyen voces cerca de su casa, voces que maldicen a una botella de refresco, a un practicante y a un oficinista ermitaño, voces que se prometen a si mismas, jamas volver a tocarles nada a esos desgraciados.

4 comentarios:

  1. Muy interesante la propuesta, una sátira muy bien lograda, atrapante y entretenida. Voy a estar seguido por acá para saber de las Andanzas del ermitaño. Saludos desde Argentina!

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    1. La vida del ermitaño es dura mi amigo Cristian, sin embargo una vez que te has dado cuenta de lo divertido que es castigarle el hígado a la fauna, se le coge el gusto, pronto estare subiendo nuevos relatos.
      Saludos

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  2. Jajaja... Lo divertido que es un relato de un ermitaño vengador! Jajaja...

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    1. Ni que lo digas, si se disfruta mucho castigar directamente el hígado de todo el que lo merezca, vale la pena el sacrificio.

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