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domingo, 8 de marzo de 2015

Están lloviendo realidades

Si bien es cierto que muchos de nosotros a veces creemos que nos las sabemos todas, resulta que hay ciertas cosas que son tan obvias que las obviamos (valga la redundancia), por ejemplo que a aquellas personas que están inscritas en una institución educativa, ya sea una escuela, un colegio de educación media o una universidad se les llame estudiantes, lo irónico del caso es que muchos de estos estudiantes lo menos que hacen es estudiar, de hecho, tan solo la actividad de leer les resulta fatigosa, cansada y molesta, siempre y cuando no sea una novela erótica bastante absurda y que esté de moda en todo el mundo, es la realidad.
Bueno entiendo que eso pase con los niños de primaria, aquellos que mal influenciados por sus propios maestros muchas veces; “ojo, no en todos los casos pero si en la gran mayoría;” ven el estudio como una especie de castigo por portarse mal. Es cierto, recuerdo yo por ejemplo a mi maestra del tercer grado de primaria, una señora que marco para siempre mi vida con toda clase de traumas de hecho ella me sometió a bullying, la famosa palabra que significa acoso pero que la pronunciamos de la otra forma para sonar sofisticados, pues  eso lo sufrí con ella por todo el año lectivo, pues la muy señora profesora tenía un método infalible para lograr que sus alumnos mantuvieran el orden en clase por lo menos mientras ella estaba presente: “Al que haga una bulla mas, lo pongo a que me copie en el cuaderno el significado de cincuenta palabras del diccionario”; y le funcionaba, le funcionaba en serio, recuerdo a mis colegas y a mí que ipso facto abandonábamos la conversación que estábamos teniendo sobre el episodio del día anterior sobre como Oliver Atom había desafiado a Benji por temor a tener que usar el diccionario, le teníamos más miedo al diccionario que a la propia regla con que nos pegaban.
Recuerdo también a mi madre por ejemplo, obviamente ella mal influenciada también por los consejos que le daban en la escuela, es verdad, era la influencia que recibía, pues recuerdo cuando ella me decía: “Bueno, como hoy te portaste mal en la escuela, de castigo vas a hacer las tareas y cuando acabes te vas a poner a estudiar el tema y me lo vas a decir”; o sea que estudiar era en realidad un castigo, leer era peor que recibir dos fajazos, siempre y cuando no fueran los  fajazos de mi padre.
 ¡Ah, los fajazos de mi padre!, si es que eran algo para recrearse, en verdad los “azotes” que nos daba mi padre con la faja eran más bien algo así como la cúspide de los castigos, eran excelsos, era aquel fajazo que te lo daban en la pierna pero lo sentías que se esparcía por el cuerpo hasta la boca del estomago como la estocada de una espada japonesa, era de esos fajazos que te hacían retorcer, como cuando le pones sal a una babosa o como las larvas de los zancudos en las pilas, así eran los fajazos de mi padre, recuerdo que se los daban a mi hermano y el dolor se me transmitía y lo sentía en mi propia carne. De hecho las fajeadas de mi padre eran tan famosas que en el barrio nos conocían como los reyes del break dance, claro después de recibir el zarpazo dábamos vueltas por el suelo como un helicóptero a velocidades increíbles.
 Pero bueno, entenderá entonces el lector la razón por la cual siempre preferí recibir el castigo del diccionario o de hacer doble tarea, ahora bien, el punto en cuestión es que ya desde la escuela nos transmitían la idea de que el estudio es castigo, una obligación maldita que debemos cumplir para poder ganarnos el salario mínimo en la vida, ahora entiendo yo que al hondureño por naturaleza le fastidie leer.
Pero si hay algo que no me explico yo es esto, si tanto les fastidia leer a algunas personas, ¿Por qué carajo entran a la universidad? Entiendo que el colegio pues, es obligatorio, mi padre me decía: “Si no vas al colegio te meto al ejercito pero aquí vagos no voy a tener”; y le entendía, a nadie le hace gracia tener un parásito comiéndose tu comida y pidiéndote dinero todos los sábados para ir a buscar problemas por allí y por allá, también sabía que en el ejército no iba a leer pero me iban a patear a diario como en las maras, así que preferí estudiar,
Ahora bien, en la universidad no entras porque tu padre te obliga, sino porque se supone que ya has aprendido el valor del estudio y dices: “bien, voy a apartar de mis siete mil seiscientos lempiras de salario dos mil quinientos para estudiar en la universidad”, pero resulta que luego de una semana se te acaba la emoción inicial y ya al carajo todo “que a mí eso de estudiar me choca, además aquellos manes parecen ser inteligentes, ya sé, me voy a unir a su grupo, así ellos estudian, hacen tareas, exponen y a mí me dan los puntos”; si, gran plan, pero claro a tus compañeros no les hace tanta gracia como a ti tu viveza, si de mí dependiera te ordenaría una fajeada de mi padre bien dada y una temporada en el ejercito.
Pero bien, cabe destacar que corro con la suerte de no haber tenido que tratar con nadie que quepa en esta descripción aunque si conozco a quienes les toca sufrir tal mal.

Es una realidad, triste pero realidad al fin y al cabo, muy pocas personas estudian por el mero disfrute de aprender, de hecho aprendemos solo para poder pasar un examen y luego olvidamos todo por el simple hecho de que no nos entretiene, la gente dice que no le gusta leer, pero pasan leyendo mensajes en el whatssap día y noche, y seguimos inculcando en nuestros hijos esa pereza mental que hace del aprendizaje un castigo y les enseñamos a tener ese amor por la ignorancia, esa ignorancia que no nos permite darle paso al progreso, bueno ya para finalizar esta disertación, solo quiero decir que si al leer esto te has sentido identificado conmigo en mi indignación por la falta de interés en el aprendizaje, felicidades, deberemos seguir aguantando esta situación probablemente el resto de nuestras vidas, si en cambio eres de esos que con cada acto de su vida demuestran que el aprendizaje es más bien un castigo desagradable y fastidioso, pues solo puedo decirte, algo: “En cuanto te agarre te receto una de las fajeadas de mi padre y te meto al ejercito porque aquí vagos no quiero tener”.