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miércoles, 7 de mayo de 2014

Un mal día, pero en ermitaño



Contrario a la creencia popular de que el ermitaño por excelencia, no es más que un desgraciado infeliz que se divierte de ver las tonterías cometidas por los demás y como sufren luego las consecuencias, hoy me he decidido a mostrar al mundo la realidad de la vida, un ermitaño, no es otra cosa sino un profundo amante de la paz y de las libertades.
Y es que el mundo, la sociedad humana que conforma este ecosistema desagradable que nos rodea, diariamente procura, y por diversos medios, destruir la paz, tan ansiada por aquellos que prefieren no tener que tratar con sus semejantes.
En mi investigación sobre como la sociedad procura arrancar de nuestro pecho la paz interior, he descubierto que una de las peores cosas que puede experimentar un ermitaño es, tener un mal día, un día de esos en los que te levantas y te das cuenta que no dejaste ropa planchada la noche anterior, y a algún genio se le ha ocurrido cortar la energía, te levantas de tu cama pensando de qué manera puedes arreglar la situación, pero las ideas huyen de tu mente, tratando de darte un respiro mental, decides salir al patio, tratando de encontrar aire fresco, pero resulta que lo que te encuentras es que a tu vecino se le ha escapado nuevamente el perro, y lo peor es que te has enterado porque ha hecho sus necesidades en ese preciso lugar donde tienes ahora puesto tu pie descalzo.
En realidad, no sé si la rabia se trasmita por el contacto con las heces de los animales, pero en este caso, todas las pruebas apuntan a que sí, pues en ese momento llega a consumirnos una rabia tal, que empezamos incluso a considerar la posibilidad de convertirnos en asesinos en serie, de hecho por un instante recreamos nuestra mente en la idea de tomar a nuestro vecino por el pelo y delicadamente restregar su rostro sobre los desechos de su mascota.
Abandonando aquella idea que el fondo nos resulta satisfactoria, pero sin dejar de acariciar la ira aunada al asco de sentir esa repugnante cremosidad entre los dedos del pie, nos dirigimos rápidamente hasta el grifo del agua, y resulta que también el servicio de agua potable está suspendido aquella mañana, la cólera hace que parezca gratificante el impactar nuestra cabeza contra la pared de la casa, pero obviamos esta conducta autodestructiva y poco inteligente, y ya sin más remedio, agradecemos a la lluvia nocturna que nos ha dejado un charco cercano al patio y nos dirigimos hasta allí para poder lavar aquella inmundicia de nuestro pie.
Sin más opciones, no podemos hacer otra cosa, sino irnos al trabajo, somnolientos, sin haber podido bañarnos, con la ropa sin planchar casi tan arrugada como si hubiera servido de goma de mascar a alguna vaca, y entonces nos damos cuenta que el zapato derecho, tiene un agujero, por lo que llegamos a la oficina, esperando que nadie lo note, y pasamos la mañana entera con el pie bajo el escritorio, escondiendo aquello que nos produce vergüenza, esperando con ansia la hora del almuerzo para poder ir a buscar un nuevo par de zapatos que no se excedan del escaso presupuesto que tenemos.
Sin embargo, he de hacer notar que no hay peor lugar en este mundo para el ermitaño por excelencia, que las tiendas de zapatos importados de segunda, tú entras en este lugar, deseando encontrar calzado decente y a bajos precios, pero lo que finalmente hallas allí, es algo tan exasperante e incómodo, que nuevamente te planteas la idea, convertirte en asesino en serie.
Empiezas la búsqueda entre los pasillos, silencioso, evitando por todos los medios que tu presencia resulte incómoda para los demás que están allí buscando un par de zapatos como quien busca el propósito de su existir, cuando de pronto, sientes en el cuello, cerca de las orejas, un aire caliente y húmedo, el cual, si traes lentes te los empaña hasta dejarte completamente ciego, un escalofrío te recorre la espalda y empiezas a voltearte completamente atemorizado y a la vez con aquella sensación de repugnancia al sentir en aquel aliento, el aroma de lo cenó la noche anterior, y te das cuenta que detrás de ti, casi mojándote con su baba, y sus ojos maniáticos, está un vendedor, que parece haber sido entrenado por el mismísimo Bob Esponja.
Él ahora te observa fijamente y esta tan cerca de ti que no tienes otra opción que quitarte los lentes, y limpiar la humedad con el ruedo de tu camisa.
“Tenemos bonito calzado caballero, ¿Qué estilo estaba buscando?, tenemos chinelas, burros, mocasines, zapatos para niño, para su novia, pantuflas para su abuela” – Dice esto mientas invade tu espacio personal, como si fuera un acosador compulsivo, tu, definitivamente solo piensas en una cosa, “deshacerte de él”, así que le das la espalda, ignorándolo, pero vas sintiendo como a cada paso que tu das, la punta de sus zapatos va rozando tus talones, ya cuando piensas que es demasiado, te das la vuelta, lo miras a los ojos y te ves reflejado en sus iris negros y en sus pupilas extremadamente dilatadas, y sientes como si estuvieses ante un paciente de psiquiatría, sin embargo decides armarte de valor y le dices: “Disculpe joven, pero puedo buscar yo solo, si necesito su ayuda le avisare”.
Ahora sí, podemos respirar profundamente y con tranquilidad, así que volvemos a la búsqueda de ese par de zapatos que llenen nuestras expectativas sin pasarse de nuestro presupuesto, allá vemos unos que parecen interesantes, así que los tomamos del exhibidor, y en ese preciso instante sentimos que casi nos va a dar un infarto, pues al quitar los zapatos del aparador, aparece el rostro traumático de aquel individuo, más molesto que practicar el deporte de introducir un cangrejo vivo en nuestros pantalones, y ahora nos dice: “Están bonitas esas chinelas, puede pasar a medírselas en la alfombra sin ningún compromiso”, entonces alarga la mano y toma un par de zapatos, los cuales no los habríamos ni siquiera tomado en cuenta por ser desde todo punto de vista, “feos”, y ahora el empieza una persecución, tratando de hacernos que nos probemos ese calzado, y se vuelve exasperante, porque además, al ver nuestra renuencia, empieza a buscar por nosotros, como si el tuviera idea de lo que es tener gusto por el buen calzar.

Tanto acoso da como resultado que cuando ya sentimos que no resistimos más el deseo de tomar los zapatos de sus manos e introducirlos enteros en su boca mediante fuerza bruta, nos dirigimos a la entrada del establecimiento, tratando de huir de aquel degenerado acosador, caminando lo más rápido posible pues ya casi estamos convencidos de que asesinar al entero personal de aquel lugar es una opción viable, y una vez afuera, sentimos que hemos alcanzado la libertad, gloriosa y gratificante como tomar una coca cola en un día soleado, entonces dirigimos la vista hacia la puerta, como tratando de grabar en nuestra mente ese lugar tan horrible, con el fin de mantenernos alejados en un futuro, ese lugar en el que casi nos convertimos en uno de los más buscados por la policía gracias a la ayuda de aquel Bob Esponja de la vida real.
Ahora ya desde afuera, vemos como se asoma aquella pesadilla viviente en forma de vendedor, con su camisa amarillo huevo y sus pantalones negros, más apretados que las pieles usadas para embutir carnes, clava su mirada en nosotros y dice: “Le esperamos pronto caballero, en nuestra otra tienda tenemos también otros estilos”
En verdad, no hay nada tan frustrante en la vida que levantarnos con el pie izquierdo, que nos pasen toda clase de desgracias como si el mundo se propusiera destruir nuestra cordura, y al final tengamos que ir a una tienda y ni siquiera poder comprar lo que necesitáramos, porque haya personas contratadas específicamente para hacerte la vida imposible.
Es que este mundo, es un lugar donde la paz le es negada al ermitaño por excelencia, un lugar donde simplemente, el destino se ha encargado de que el ermitaño sea un tipo amargado, que nada contra la corriente de este mundo, que considera insoportable  el que se le torture con la existencia de individuos desagradables que se esmeran contra toda lógica en atormentar nuestras vidas.
Como diría Paulo Cohelo, es como si el universo entero conspirara, para que la desdicha la frustración y la amargura permanecieran sobre el ermitaño, ondeando como negro pabellón.

2 comentarios:

  1. Muy buen relato, amigo. La verdad es que cuando uno se levanta de mal humor, todo le va mal. Y no le va mal porque todo este mal, sino simplemente porque nosotros estamos mal. Como dice una ley hermética, somos lo que atraemos. Me divierto mucho con las aventuras del ermitaño! Un gran abrazo.

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    1. Muy cierto, y podría añadir, "al ermitaño no solamente le va mal, sino peor" porque para el todo esta mal por naturaleza, y al levantarse de mal humor resulta peor. Gracias por tu visita, Saludos.

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