Las marcas de la vejez son, como las marcas de deterioro en
tu faja favorita, imperceptibles para su dueño, el cariño que sentimos hacia
aquella compañera diaria, hace que se vean disminuidas sus imperfecciones, sin
embargo, cuando le mostramos está, a algún amigo para presumirla, nos damos
cuenta que el solamente ve una vieja pieza de cuero aguada, estirada
irregularmente, pelada, sucia y maloliente por el sudor de años de uso
acumulada en ella.
Esto es así también con la vejez, nos vemos al espejo y
tratamos de fingir que aún nos vemos jóvenes, cuando el caso es que somos como
aquella vieja faja, o más bien como aquel par de tenis de la suerte que hemos usado
durante los últimos diez años, que para nosotros aún se ven como nuevos, aunque
los demás vean claramente lo manchados, rotos y desparramados que están.
Veía a algunos de mis viejos amigos, y percibo en ellos una
fortaleza de espíritu tanto o más intensa que cuando éramos jóvenes estudiantes,
un sentido del humor implacable, sin embargo, veo en sus rostros también el
desmerecido trato que la vida les ha dado, a algunos de ellos los ha tratado,
cual papel aluminio, que luego de darle el uso que deseó, procedió a arrugarlos
haciendo de ellos una bola deforme y maltrecha de cansancio, dolamas y alergias,
a otros los ha tratado como a aquel viejo balón de futbol que al inflarlo, ya
no conserva su forma original sino que con tanto golpe y chichote que se ha
hecho, termina pareciendo más bien inflado por una obesidad que no define como
debiera ser su forma corporal, lo más interesante con ellos es al invitarlos a
participar en alguna actividad deportiva.
Allí estamos, a la orilla de la playa, recordando como en
nuestros tiempos de mocedad solíamos correr detrás del balón, tal vez
irracionalmente, tal vez como si supiéramos en qué consistía la ciencia de
correr detrás de una pelota, y allá echamos a correr, haciendo un esfuerzo
mayor al que nuestros cuerpos pueden resistir, nuestros cerebros nos dicen “puedes
hacerlo, ya está viejo, no es el mismo de antes”, en ese mismo instante,
nuestro corazón y el bazo, empiezan a contradecir al cerebro “viejo mejor párate,
ya no puedo más, duelo, duelo mucho”, dice el bazo, y el corazón “huy ya no
puedo, me reviento, párate que nos morimos todos, no le hagas caso al cerebro
que el exceso de colesterol ya no lo deja pensar”.
Entonces nos detenemos, casi con los pulmones saliéndonos por
la boca, sumamente exhaustos, caemos de rodillas, mientras vemos a nuestro
compañero competidor, en posición de rezo, como pidiendo perdón por sus pecados
en la ultima hora de su vida, y vemos la línea de meta a tres metros detrás de
nosotros, él nos ve sonriente aunque parece desorbitado y sin aliento apenas un
paso detrás de nosotros y dice: -“Pucha
viejo no fregués, si ya no vales nada, ya estas ahogándote, ni corriste nada”
-. El mismo está en condición igual a la nuestra, pero ahí está haciéndose el
fuerte, su cerebro lo ha convencido de que de alguna manera él era capaz de
hacer más pero su cuerpo no lo resiste más.
En estos casos cualquiera de nosotros reiría y lo vería con
ojos de lastima y una sensación de gloria pues al menos nuestro sistema
circulatorio nos dejó avanzar un paso más que el sin morir de un infarto, pero también
caemos a cuenta que efectivamente somos dignos de lastima al ver lo que diez
años han hecho con nuestros cuerpos.
Otra de las particularidades del que va cayendo bajo los
efectos de la vejez, es el hecho de que no deja de considerarse a sí mismo un
conquistador, de hecho es común ver a esta clase de sujetos por la calle,
sonriendo a cualquier mujer que se les cruce por el camino, de hecho en más de
una ocasión, he tenido la idea de tomar una videocámara, ir delante de él
filmando su ritual de macho alfa, grabar como va sonriendo y saludando a toda
chica que por la calle, y luego venderle el video a alguna compañía fabricante
de pasta dental, para que hagan un contraste de como el hombre es ignorado al
mostrar sus amarillos dientes.
En fin, lo más divertido de esto es ver como las chicas por
lo general, no se sonríen con él, sino que les hace gracia la forma en que su
grasa abdominal rebota con cada paso y de forma que pareciera hacerlo en cámara
lenta.
Pocas cosas disfruto tanto como el observar estas conductas
del ser humano, al atardecer en las playas de mi ciudad, pocas cosas son tan fascinantes
como el ver el proceso evolutivo que con los años transforma a mis amigos de la
infancia en algo más o menos lastimero, pero que de igual manera no cambiaría
por nada.
Es un hecho envejecemos, y lo hacemos tanto o más rápido que
un par de zapatos viejos llenos de hongos, pero aunque por fuera nos veamos
maltrechos, desmejorados y en algunos casos, más feos que un gorila albino, no
debemos dudar nunca que en nuestro interior la juventud permanece y nunca nos
desprenderemos de ella, no mientras nos siga haciendo poner en riesgo nuestra
vida, disfrutando de la adrenalina que produce recorrer los cinco metros libres
con algún gran amigo de nuestra infancia.
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