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viernes, 11 de abril de 2014

Nos hacemos viejos II



Las marcas de la vejez son, como las marcas de deterioro en tu faja favorita, imperceptibles para su dueño, el cariño que sentimos hacia aquella compañera diaria, hace que se vean disminuidas sus imperfecciones, sin embargo, cuando le mostramos está, a algún amigo para presumirla, nos damos cuenta que el solamente ve una vieja pieza de cuero aguada, estirada irregularmente, pelada, sucia y maloliente por el sudor de años de uso acumulada en ella.
Esto es así también con la vejez, nos vemos al espejo y tratamos de fingir que aún nos vemos jóvenes, cuando el caso es que somos como aquella vieja faja, o más bien como aquel par de tenis de la suerte que hemos usado durante los últimos diez años, que para nosotros aún se ven como nuevos, aunque los demás vean claramente lo manchados, rotos y desparramados que están.
Veía a algunos de mis viejos amigos, y percibo en ellos una fortaleza de espíritu tanto o más intensa que cuando éramos jóvenes estudiantes, un sentido del humor implacable, sin embargo, veo en sus rostros también el desmerecido trato que la vida les ha dado, a algunos de ellos los ha tratado, cual papel aluminio, que luego de darle el uso que deseó, procedió a arrugarlos haciendo de ellos una bola deforme y maltrecha de cansancio, dolamas y alergias, a otros los ha tratado como a aquel viejo balón de futbol que al inflarlo, ya no conserva su forma original sino que con tanto golpe y chichote que se ha hecho, termina pareciendo más bien inflado por una obesidad que no define como debiera ser su forma corporal, lo más interesante con ellos es al invitarlos a participar en alguna actividad deportiva.
Allí estamos, a la orilla de la playa, recordando como en nuestros tiempos de mocedad solíamos correr detrás del balón, tal vez irracionalmente, tal vez como si supiéramos en qué consistía la ciencia de correr detrás de una pelota, y allá echamos a correr, haciendo un esfuerzo mayor al que nuestros cuerpos pueden resistir, nuestros cerebros nos dicen “puedes hacerlo, ya está viejo, no es el mismo de antes”, en ese mismo instante, nuestro corazón y el bazo, empiezan a contradecir al cerebro “viejo mejor párate, ya no puedo más, duelo, duelo mucho”, dice el bazo, y el corazón “huy ya no puedo, me reviento, párate que nos morimos todos, no le hagas caso al cerebro que el exceso de colesterol ya no lo deja pensar”.
Entonces nos detenemos, casi con los pulmones saliéndonos por la boca, sumamente exhaustos, caemos de rodillas, mientras vemos a nuestro compañero competidor, en posición de rezo, como pidiendo perdón por sus pecados en la ultima hora de su vida, y vemos la línea de meta a tres metros detrás de nosotros, él nos ve sonriente aunque parece desorbitado y sin aliento apenas un paso detrás de nosotros y dice: -“Pucha viejo no fregués, si ya no vales nada, ya estas ahogándote, ni corriste nada” -. El mismo está en condición igual a la nuestra, pero ahí está haciéndose el fuerte, su cerebro lo ha convencido de que de alguna manera él era capaz de hacer más pero su cuerpo no lo resiste más.
En estos casos cualquiera de nosotros reiría y lo vería con ojos de lastima y una sensación de gloria pues al menos nuestro sistema circulatorio nos dejó avanzar un paso más que el sin morir de un infarto, pero también caemos a cuenta que efectivamente somos dignos de lastima al ver lo que diez años han hecho con nuestros cuerpos.
Otra de las particularidades del que va cayendo bajo los efectos de la vejez, es el hecho de que no deja de considerarse a sí mismo un conquistador, de hecho es común ver a esta clase de sujetos por la calle, sonriendo a cualquier mujer que se les cruce por el camino, de hecho en más de una ocasión, he tenido la idea de tomar una videocámara, ir delante de él filmando su ritual de macho alfa, grabar como va sonriendo y saludando a toda chica que por la calle, y luego venderle el video a alguna compañía fabricante de pasta dental, para que hagan un contraste de como el hombre es ignorado al mostrar sus amarillos dientes.
En fin, lo más divertido de esto es ver como las chicas por lo general, no se sonríen con él, sino que les hace gracia la forma en que su grasa abdominal rebota con cada paso y de forma que pareciera hacerlo en cámara lenta.
Pocas cosas disfruto tanto como el observar estas conductas del ser humano, al atardecer en las playas de mi ciudad, pocas cosas son tan fascinantes como el ver el proceso evolutivo que con los años transforma a mis amigos de la infancia en algo más o menos lastimero, pero que de igual manera no cambiaría por nada.
Es un hecho envejecemos, y lo hacemos tanto o más rápido que un par de zapatos viejos llenos de hongos, pero aunque por fuera nos veamos maltrechos, desmejorados y en algunos casos, más feos que un gorila albino, no debemos dudar nunca que en nuestro interior la juventud permanece y nunca nos desprenderemos de ella, no mientras nos siga haciendo poner en riesgo nuestra vida, disfrutando de la adrenalina que produce recorrer los cinco metros libres con algún gran amigo de nuestra infancia.

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