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martes, 1 de abril de 2014

Esclavitud



Una neblina espesa cubría el llano que parecía haber sido pavimentado con los pasos de miles de seres que caminaban a través de la región, el clima era frío a tal grado que me calaba hasta los huesos, el lugar era extraño al igual que los sucesos que me habían llevado hasta allí, un portal enorme impedía el acceso de las manadas que se apretujaban contra lo que parecían ser una especie de portones gigantes.
Me pregunte por un instante que había llevado hasta allí a aquellas criaturas, no me había dado cuenta que estaban en este sitio para vender su libertad, verlos así, todos amontonados con sus miradas fijas en un solo objetivo, persiguiendo con sus ojos enrojecidos cada paso de los guardianes de aquella entrada, haciendo sonidos guturales carentes de significado lógico, me hace pensar que son como los muertos vivientes de las  películas.
Arreé mi caballo, quería acercarme a aquel lugar que me recordaba a las tierras de Mordor, imagino que tras las enormes murallas debe estar sobre la cima de un volcán un ojo de fuego, perteneciente a algún ser maligno del mundo antiguo, uno que siempre está observándonos, solo pensarlo se me eriza la piel.
Me pregunte a mí mismo porque razón aquellos seres querían entregarse a un amo tan siniestro y malevolente, sin embargo aunque trate de comunicarme con algunos de ellos, parecían estar siendo hipnotizados por alguna especie de sonido que mis oídos no alcanzaban a percibir, me abrí paso hasta llegar a estar exactamente frente al portal, veía a los guardias de la puerta, horrendos seres, habían perdido ya todo vestigio de su humanidad, sus almas estaban ahora en poder de aquel poderoso ser que habitaba en la ciudadela interior, alcé la vista y vi que se acercaba una dama vestida con el ropaje real propio de aquella ciudad, acompañada de un séquito de lo que parecían ser “Chismorium Llevatraensis”.
Una vez que estuvo frente al portal principal, la muchedumbre empezó a agitarse con su presencia, veía que algunos de ellos que eran mitad humanos mitad monos, empezaron a treparse sobre el portón como tratando de hacerse notar por aquella misteriosa mujer, sin embargo uno de los guardianes, de aspecto grotesco, como un gorila con piel de lagarto, lanzo un rugido tal que hizo que la manada entera retrocediera, mi caballo se inquietaba, era difícil controlarlo en aquella situación, no era que tuviera miedo, sino más bien que estaba ansioso por correr entre las multitudes pues aquello le recordaba las muchas batallas que habíamos vivido anteriormente.
La mujer ahora saco un extraño pergamino, y pude ver muchos nombres que habían sido escritos en él, aquellos cuyos nombres se encontraran en él, eran los condenados, que había sido aceptado el precio por sus almas y llegarían a ser ahora esclavos en aquel lugar, pude observar como uno de aquellos seres, tenía su vista clavada sobre aquella dama, un hilo delgado de saliva se deslizaba sobre su barba, podía escucharlo que balbuceaba, lograba entender expresiones como  -“Grr que rica esta esa mujer mire alero” – “Huy si me la como enterita” – Yo estaba junto a él profundamente asombrado, no sabía que aun existieran tribus caníbales en aquella región, más podía ver que este sujeto no era el único que se estaba deleitando en la idea de comerse a aquella joven, aun así, no se atreverían a atacar en aquel lugar, y sus sueños de barbacoa humana no serían más que una proyección de sus empobrecidas mentes, no era solo que temieran a los guardianes, los cuales intimidarían a cualquier ser que no hubiera sido entrenado en las antiguas artes, era más bien el hecho de que toda presencia femenina causaba un efecto multiplicador en la cobardía y la estupidez de aquellos neandertales.
Uno tras otro, los nombres de los condenados a esclavitud eterna, empezaron a ser pronunciados, misteriosamente, mi nombre también fue pronunciado, sí, yo estaba allí también con el propósito de cruzar aquellas murallas y penetrar en la ciudadela, pero la única forma de hacerlo, era entrar como los esclavos, solté mi caballo, le quite las riendas y me despedí de él, una palmada en el muslo, y salió disparado hacia el poniente, y al subir la colina se volteó, me miro y parándose en dos patas relincho como recordándome que siempre tendría en él un amigo, lo vi y le sonreí, mientras en mi mente decía “Corre hacia la libertad”.
Até bien la cimitarra a mi cintura, y el portal se abrió para que los condenados pudiesen pasar, entramos y aquel sujeto, el caníbal al que había escuchado antes balbuceando estaba ahora rodeando a aquella mujer, ella tenía un rostro más frio que cualquier tempano, él la vio fijamente, ella le devolvió la mirada, pero él no la pudo soportar, sus ojos ardieron y cayó al suelo, mientras lograba decir: -“Oh tan bella, pero tan estricta”.
Junto a mi entraron aproximadamente cincuenta de aquellos neandertales, otros hombres mono y alguno que otro pez pulmonado,  llegamos hasta un lugar que se asemejaba a un matadero, de pronto se presentó un hombre de ropajes extraños, nos lanzó una mirada a todos, mientras su lengua recorría su labio superior, tenía la mirada de un psicópata, aquella mujer rodeada de las Chismorium Llevatraensis, se acercó a él y le dijo:
-“Doctor, estos son los muchachos de reclutamiento para que por favor les haga la evaluación física”-
El me observo con fijeza, pudo notar que mi mano estaba puesta sobre la empuñadura de mi espada y detuvo su mirada sobre mis ojos, imagino que se dio cuenta que yo era un hombre del desierto, y debe haber deducido que fui entrenado en las antiguas artes.
-“Hágalos pasar y que la enfermera los ponga en orden” – dijo aquel hombre con su ropaje blanco, mientras se ponía un guante extraño, blanquecino que parecía haber sido hecho con los intestinos de sus víctimas tempranas.
No hay mejor forma de asegurarte que un esclavo sea fiel incondicionalmente, que doblegar su voluntad, arrancarle el orgullo por la fuerza y quebrantar su dignidad, aquellos seres irracionales irradiaban testosterona al momento de entrar en aquel lugar, de hecho aquella mujer, la sierva del hombre que gobernaba aquella carnicería, tenía al alcance una serie de armas de distintos tipos por si alguno de ellos perdía en control y la atacaba, sin embargo una vez que entraban en el cuarto interior, y se quedaban a solas con este hombre, “Doctor” como le llamaban, algo extraño les sucedía, al salir veía que su mirada mostraba la muerte de su alma y su dignidad, cabizbajos, derrotados, indignos, entonces me di cuenta que aquel hombre, se divertía quebrantando la hombría de aquellos que entraban donde el, y salían asemejándose a bueyes carentes de voluntad propia, era el primer paso en la entrega del alma al señor oscuro que gobernaba la ciudad, o parque industrial como se le llamaba.
Finalmente fui llamado a aquel lugar, los otros allí reunidos percibían en mí una valentía propia de los que han vivido mil batallas, enfrentado toda clase de bestias y que ha pasado una vida en el interior de junglas extrañas, al entrar en la habitación, aquel sujeto me pidió que me quitara el ropaje que traía puesto, procedí a hacerlo , y mientras tanto él se acercaba a mí, con esa sonrisa retorcida y perversa, más al ver que toda una vida de combate, de guerras, sufrimiento y crianza con cuatro hermanos más salvajes que toda otra bestia en la faz de la tierra, se podía leer en las cicatrices sobre mi pecho y espalda, dio un paso atrás, vio que la cimitarra, estaba a un paso de mí y aun tenia algunas manchas rojizas sobre su filo.
-“Puede vestirse nuevamente señor Aral Leafar”.
Al salir pude notar como era observado por los otros con una curiosidad malsana, deseando saber si mi dignidad había sido quebrantada al igual que les esperaba a ellos, pero al ver el fuego en mis ojos más ardiente que nunca, empezaron a temerme tanto o más que a aquellos que se convertían en sus amos perpetuamente.
Salí de aquel lugar y observe a mi alrededor, un lugar perfectamente creado para la explotación sistemática de aquellos que se veían condenados a pasar allí el resto de sus días, entonces recordé los extraños sucesos que me habían llevado hasta allí, una necesidad inherente de aventura, de descubrimiento, de correr riesgos y vencer peligros, pero sobre todo el hambre, una incesante hambruna que padecía, y la renuencia de mis padres a mantenerme en casa desobligado y recostado en una hamaca comiendo de gratis.
Asi que allí estaba valiente, decidido a permanecer en aquel lugar, el tiempo necesario, no solo para satisfacer aquella necesidad humana,  sino también para poder ampliar mi conocimiento y experiencia como biólogo en el estudio y descubrimiento de las especies más raras y sobre todo más repugnantes de aquel mundo en el cual vivía.