Contrario a la creencia popular
de que el ermitaño por excelencia, no es más que un desgraciado infeliz que se
divierte de ver las tonterías cometidas por los demás y como sufren luego las
consecuencias, hoy me he decidido a mostrar al mundo la realidad de la vida, un
ermitaño, no es otra cosa sino un profundo amante de la paz y de las
libertades.
Y es que el mundo, la sociedad
humana que conforma este ecosistema desagradable que nos rodea, diariamente
procura, y por diversos medios, destruir la paz, tan ansiada por aquellos que
prefieren no tener que tratar con sus semejantes.
En mi investigación sobre como la
sociedad procura arrancar de nuestro pecho la paz interior, he descubierto que
una de las peores cosas que puede experimentar un ermitaño es, tener un mal día,
un día de esos en los que te levantas y te das cuenta que no dejaste ropa
planchada la noche anterior, y a algún genio se le ha ocurrido cortar la energía,
te levantas de tu cama pensando de qué manera puedes arreglar la situación,
pero las ideas huyen de tu mente, tratando de darte un respiro mental, decides
salir al patio, tratando de encontrar aire fresco, pero resulta que lo que te
encuentras es que a tu vecino se le ha escapado nuevamente el perro, y lo peor
es que te has enterado porque ha hecho sus necesidades en ese preciso lugar
donde tienes ahora puesto tu pie descalzo.
En realidad, no sé si la rabia se
trasmita por el contacto con las heces de los animales, pero en este caso,
todas las pruebas apuntan a que sí, pues en ese momento llega a consumirnos una
rabia tal, que empezamos incluso a considerar la posibilidad de convertirnos en
asesinos en serie, de hecho por un instante recreamos nuestra mente en la idea
de tomar a nuestro vecino por el pelo y delicadamente restregar su rostro sobre
los desechos de su mascota.
Abandonando aquella idea que el
fondo nos resulta satisfactoria, pero sin dejar de acariciar la ira aunada al
asco de sentir esa repugnante cremosidad entre los dedos del pie, nos dirigimos
rápidamente hasta el grifo del agua, y resulta que también el servicio de agua
potable está suspendido aquella mañana, la cólera hace que parezca gratificante
el impactar nuestra cabeza contra la pared de la casa, pero obviamos esta
conducta autodestructiva y poco inteligente, y ya sin más remedio, agradecemos a
la lluvia nocturna que nos ha dejado un charco cercano al patio y nos dirigimos
hasta allí para poder lavar aquella inmundicia de nuestro pie.
Sin más opciones, no podemos
hacer otra cosa, sino irnos al trabajo, somnolientos, sin haber podido
bañarnos, con la ropa sin planchar casi tan arrugada como si hubiera servido de
goma de mascar a alguna vaca, y entonces nos damos cuenta que el zapato
derecho, tiene un agujero, por lo que llegamos a la oficina, esperando que
nadie lo note, y pasamos la mañana entera con el pie bajo el escritorio,
escondiendo aquello que nos produce vergüenza, esperando con ansia la hora del
almuerzo para poder ir a buscar un nuevo par de zapatos que no se excedan del
escaso presupuesto que tenemos.
Sin embargo, he de hacer notar
que no hay peor lugar en este mundo para el ermitaño por excelencia, que las
tiendas de zapatos importados de segunda, tú entras en este lugar, deseando
encontrar calzado decente y a bajos precios, pero lo que finalmente hallas
allí, es algo tan exasperante e incómodo, que nuevamente te planteas la idea, convertirte
en asesino en serie.
Empiezas la búsqueda entre los
pasillos, silencioso, evitando por todos los medios que tu presencia resulte
incómoda para los demás que están allí buscando un par de zapatos como quien busca
el propósito de su existir, cuando de pronto, sientes en el cuello, cerca de
las orejas, un aire caliente y húmedo, el cual, si traes lentes te los empaña
hasta dejarte completamente ciego, un escalofrío te recorre la espalda y
empiezas a voltearte completamente atemorizado y a la vez con aquella sensación
de repugnancia al sentir en aquel aliento, el aroma de lo cenó la noche
anterior, y te das cuenta que detrás de ti, casi mojándote con su baba, y sus
ojos maniáticos, está un vendedor, que parece haber sido entrenado por el
mismísimo Bob Esponja.
Él ahora te observa fijamente y
esta tan cerca de ti que no tienes otra opción que quitarte los lentes, y
limpiar la humedad con el ruedo de tu camisa.
“Tenemos bonito calzado
caballero, ¿Qué estilo estaba buscando?, tenemos chinelas, burros, mocasines,
zapatos para niño, para su novia, pantuflas para su abuela” – Dice esto mientas
invade tu espacio personal, como si fuera un acosador compulsivo, tu,
definitivamente solo piensas en una cosa, “deshacerte de él”, así que le das la
espalda, ignorándolo, pero vas sintiendo como a cada paso que tu das, la punta
de sus zapatos va rozando tus talones, ya cuando piensas que es demasiado, te
das la vuelta, lo miras a los ojos y te ves reflejado en sus iris negros y en
sus pupilas extremadamente dilatadas, y sientes como si estuvieses ante un
paciente de psiquiatría, sin embargo decides armarte de valor y le dices:
“Disculpe joven, pero puedo buscar yo solo, si necesito su ayuda le avisare”.
Ahora sí, podemos respirar
profundamente y con tranquilidad, así que volvemos a la búsqueda de ese par de
zapatos que llenen nuestras expectativas sin pasarse de nuestro presupuesto, allá
vemos unos que parecen interesantes, así que los tomamos del exhibidor, y en
ese preciso instante sentimos que casi nos va a dar un infarto, pues al quitar
los zapatos del aparador, aparece el rostro traumático de aquel individuo, más
molesto que practicar el deporte de introducir un cangrejo vivo en nuestros
pantalones, y ahora nos dice: “Están bonitas esas chinelas, puede pasar a
medírselas en la alfombra sin ningún compromiso”, entonces alarga la mano y
toma un par de zapatos, los cuales no los habríamos ni siquiera tomado en
cuenta por ser desde todo punto de vista, “feos”, y ahora el empieza una
persecución, tratando de hacernos que nos probemos ese calzado, y se vuelve
exasperante, porque además, al ver nuestra renuencia, empieza a buscar por
nosotros, como si el tuviera idea de lo que es tener gusto por el buen calzar.
Tanto acoso da como resultado que
cuando ya sentimos que no resistimos más el deseo de tomar los zapatos de sus
manos e introducirlos enteros en su boca mediante fuerza bruta, nos dirigimos a
la entrada del establecimiento, tratando de huir de aquel degenerado acosador, caminando
lo más rápido posible pues ya casi estamos convencidos de que asesinar al
entero personal de aquel lugar es una opción viable, y una vez afuera, sentimos
que hemos alcanzado la libertad, gloriosa y gratificante como tomar una coca
cola en un día soleado, entonces dirigimos la vista hacia la puerta, como
tratando de grabar en nuestra mente ese lugar tan horrible, con el fin de
mantenernos alejados en un futuro, ese lugar en el que casi nos convertimos en
uno de los más buscados por la policía gracias a la ayuda de aquel Bob Esponja
de la vida real.
Ahora ya desde afuera, vemos como
se asoma aquella pesadilla viviente en forma de vendedor, con su camisa
amarillo huevo y sus pantalones negros, más apretados que las pieles usadas
para embutir carnes, clava su mirada en nosotros y dice: “Le esperamos pronto
caballero, en nuestra otra tienda tenemos también otros estilos”
En verdad, no hay nada tan
frustrante en la vida que levantarnos con el pie izquierdo, que nos pasen toda
clase de desgracias como si el mundo se propusiera destruir nuestra cordura, y
al final tengamos que ir a una tienda y ni siquiera poder comprar lo que necesitáramos,
porque haya personas contratadas específicamente para hacerte la vida
imposible.
Es que este mundo, es un lugar
donde la paz le es negada al ermitaño por excelencia, un lugar donde
simplemente, el destino se ha encargado de que el ermitaño sea un tipo
amargado, que nada contra la corriente de este mundo, que considera
insoportable el que se le torture con la
existencia de individuos desagradables que se esmeran contra toda lógica en
atormentar nuestras vidas.
Como diría Paulo Cohelo, es como
si el universo entero conspirara, para que la desdicha la frustración y la
amargura permanecieran sobre el ermitaño, ondeando como negro pabellón.
Muy buen relato, amigo. La verdad es que cuando uno se levanta de mal humor, todo le va mal. Y no le va mal porque todo este mal, sino simplemente porque nosotros estamos mal. Como dice una ley hermética, somos lo que atraemos. Me divierto mucho con las aventuras del ermitaño! Un gran abrazo.
ResponderEliminarMuy cierto, y podría añadir, "al ermitaño no solamente le va mal, sino peor" porque para el todo esta mal por naturaleza, y al levantarse de mal humor resulta peor. Gracias por tu visita, Saludos.
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